O violino de Aída

Minha mãe tocava o violino junto à janela nos dias de chuva.
Com olhar atento calculava a mecanografia secreta do grilo
que faz soar as cordas sob o arco de crina.
O professor de música a contemplava em silêncio,
fazia um súbito gesto brusco com a mão
ela silenciava e ele indicava como deveria repetir outra vez a peça.
O inverno era longo, todas as tardes durante uma hora
minha mãe tinha aulas de violino. O violino de minha mãe
era um Schuster & Co. que guardo agora em minha casa.
Próximo das quatro subia pela rua o professor de música,
com parcimônia e paciência se dispunha a ensinar-lhe a lição do dia,
as mariposas negras do pentagrama, as estrelas da partitura.
O inverno era longo, durante uma hora minha mãe tocava violino, chovia.
Próximo às cinco o professor dava por concluída a batalha,
fechava sua pasta, pegava seu casaco, tentava encontrar a porta.
Eu o via da janela descer pela rua como se estivesse preocupado
até desaparecer entre as árvores sua lenta figura vestida de negro.
O inverno era longo, próximo das seis minha mãe abria de novo seu estojo,
sacava o violino, começava a fazer seu dever de música, chovia.
Algo corria então que não deve ser compreendido,
algo que jamais deveria ser explicado,
a música do céu, a canção da chuva feito luz em suas mãos.

 

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▪ Alejandra Domínguez
(Chile, n. 1956)
in “La conquista del aire”, Colección de Poesía de la Fundación Juan Ramón Jiménez, Huelva – ESP, 2000

Mudado para português por _Gustavo Petter_ (Poeta e tradutor), mora em Araçatuba/SP-Brasil, trabalha como professor da rede estadual. Mantém o blog agradaveldegradado.blogspot.com.br



EL VIOLÍN DE AÍDA

 

Mi madre tocaba el violín junto a la ventana los días de lluvia.
Con mirada atenta calculaba la mecanografía secreta del grillo
que hace sonar las cuerdas bajo el arco de crin.
El profesor de música la contemplaba en silencio,
hacía de pronto un gesto brusco con la mano
y ella se detenía y él le indicaba como debía repetir otra vez la pieza.
El invierno era largo, todas las tardes durante una hora
mi madre tomaba clases de violín. El violín de mi madre
era un Schuster & Co. que tengo yo ahora en mi casa.
A eso de las cuatro subía por la cuesta el maestro de música,
con parsimonia y paciencia se disponía a enseñarle la lección del día,
las mariposas negras del pentagrama, las estrellas de la partitura.
El invierno era largo, durante una hora mi madre tocaba el violín, llovía.
A eso de las cinco el profesor daba por concluida la batalla,
cerraba su carpeta, cogía su abrigo, intentaba encontrar la puerta.
Yo lo veía desde la ventana bajar por la cuesta como si se fuese abrumado
hasta que se perdía entre los árboles su lenta figura vestida de negro.
El invierno era largo, a eso de las seis mi madre abría de nuevo el estuche,
sacaba su violín, comenzaba a hacer sus deberes de música, llovía.
Algo ocurría entonces que no debe ser comprendido,
algo que jamás debiera ser explicado,
la música del cielo, el canon de la lluvia hecho luz en sus manos.

 

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▪ Alejandra Domínguez
(Chile, n. 1956)
in “La conquista del aire”, Colección de Poesía de la Fundación Juan Ramón Jiménez, Huelva – ESP, 2000