
Editorial Trea. Precio: 14 €
El libro de Azenha nos muestra una visión aterradora de este siglo, del poder y otras amenazas a las que estamos sometidos.
La labor de la poeta sería retirar del fondo del ser la “infinita tristeza” de nuestra condición y airear los despojos.
Ni siquiera conocía de nombre a Maria Azenha (1945), natural de Coimbra, matemática de profesión, además de pintora ─su compatriota, la también escritora Maria Estela Guedes ha avecindado el libro que nos ocupa con la técnica tenebrista de Caravaggio─, pero después de La casa de leer en lo oscuro, el penúltimo, parece ser, de su veintena de títulos líricos, creo que no la olvidaré fácilmente. Sus versos, a modo de latigazos, estremecen, te dejan un escalofrío hondo en los adentros, mal cuerpo incluso.
El prologuista y traductor, de lujo, el a su vez magnífico poeta y destacado lusista José Ángel Cilleruelo, precisa los rasgos esenciales de la poética, de índole simbólica, de Azenha: «el acendrado lirismo, la naturaleza significativa, el sentido ecuménico, la imaginación sin paredes y la extrema sensibilidad ante el dolor». Un simbolismo que nos muestra una visión aterradora de este siglo, del poder y de otras amenazas a las que estamos sometidos, basado en «un estilo metafórico, alusivo y elíptico», fruto del «propósito filosófico de cerrar la herida producida por la fragmentación de la experiencia», cabría añadir con el poeta barcelonés.
Pedro Fernandes califica estos poemas de extrañamiento radical frente a la quimera de la experiencia como «revelaciones», creo que en el sentido de que, a partir de imágenes durísimas, densas y herméticas, descubren, también en palabras de Cilleruelo, la «realidad exterior invertebrada: violenta, caótica, injusta y doliente». Para que aflore esa realidad Azenha nos desplaza a los sumideros actuales de la humanidad, pone el foco en los extranjeros, los ahogados de las pateras en el Mediterráneo, los somalíes en los campos de Kenia o los refugiados de Lesbos en la noche de Europa, que se muere. Esos sonidos del planeta que son «carbones encendidos en mitad de lo oscuro», porque a menudo se confrontan lo rojo, la sangre, con lo negro, como en el primer verso, con ecos lorquianos («Ha llegado la muerte con la boca llena de claveles») de «El ángel del desastre», tan de Alberti, por otra parte.
El poema, así, se convierte en el lugar, en el escenario, donde se plasma y materializa el horror del teatrillo de lo mundano, que ilumina como un fogonazo súbito la desdichada condición humana. De hecho, la labor de la poeta sería retirar del fondo del ser la «infinita tristeza» de nuestra condición y airear los despojos. Con referencias explícitas a Fassbinder, Rimbaud y Pasolini, se interna en su compañía por la senda de cierto malditismo («la locura se parece a Dios»), trufado de surrealismo onírico y misticismo negativo, con un punto expresionista, que corre el peligro de regodearse en sus propias excrecencias, pero no es el caso, porque contempla desde dentro, para intentar esclarecerla, la oscuridad consustancial con la que hemos sido arrojados a la vida.
De esta manera, cada texto, muy visual, terriblemente visual, es una especie de puesta en escena del teatro de la crueldad que sobrecoge y espeluzna, que angustia al ponernos delante de lo inevitable, en crudo, y ahí te las apañes. Cabe fingirse el distraído o hacerse cargo de la gravedad de lo que nos define y de lo irreversible. Azenha, «con una corona de espinas y la flor del desdén», no pone ni un paño caliente, nos sitúa siempre «en el centro del horror del poema», con un pesimismo cerval: «es todo tan macabro / y tan pérfido». Da la impresión de que escribe entregada a la muerte, diría a mayores, si así pudiera ser, que desde la muerte, lo que inquieta mucho y desazona en la lectura, a la vez que atrae sobremanera, como el abismo llamaba a los románticos.
ABSURDO
¡Oh flor de ansia sobre el mundo
–excremento de la ruina–
verso que se ahoga frente a la Nada!
El poema arde en sus caballos arduos.
El desespero horroriza la página.
LA CASA DE LEER EN LO OSCURO
El poema es un cuarto oscuro
donde entras en soledad.
Más negro aún el aposento
donde habita tu cadáver.
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Fonte:
EPICURO Revista de los grandes placeres