Visiones en la nieve.
Interpretación de «Bosque blanco» (2020), de Maria Azenha
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José Ángel Cilleruelo
Tras algunos libros con un carácter temático extrovertido, Maria Azenha regresa con Bosque Branco (2020) a los poemas extremadamente breves y al simbolismo endocéntrico, es decir, aquel en el que los textos ramifican un único símbolo troncal. Una poética que ya había inspirado alguno de sus títulos esenciales, como A sombra da Romã (2011), con el que el recién publicado establece ciertos paralelismos. Formales, como la extensión de los poemas, de dos y tres versos; pero sobretodo en el contenido, como poemas de amor escritos no a una persona, sino al Amor mismo: «Es primavera, Amor. / Mi corazón nació en el tuyo, en flor». Al igual que en aquel libro, Bosque Branco está compuesto, en líneas generales, por las declaraciones, promesas, carencias, deseos, regalos, intimidades, temores, ausencias y sueños amorosos. Y también por otro elemento, ausente entonces, que desfigura el paralelismo.
Bosque Branco es un poema de amor al Amor: «Una criatura inocente duerme en mi lecho / Con el nombre de mi Amado», se lee en los dos primeros versos con una alusión clara al mito clásico de Amor. Pero en el tercer verso añade: «Viene cada mañana a resucitarme».
En primer término, como innovación formal, se observa en los tres versos del poema dos instancias semánticas separadas. Una previa de declaración amorosa (dos versos iniciales), otro de contraste (tercer verso). Este esquema se repite en los poemas dípticos. Un verso inicial afirma; otro final, contrapone la afirmación, de suerte que el resultado es la transformación del monólogo de la Amada en un diálogo implícito. Como si después de lo afirmado, alguien (el Amado, la circunstancia, el tiempo, la propia Amada…) hubiera matizado lo dicho antes del contraste. En esta sombra de diálogo prende un acontecer, un mínimo conflicto o quizá solo su resolución. Una trama implícita. Solo en dos versos: declaración amorosa y contrapunto.
En el poema inicial, arriba citado, el contraste, o el acontecer, aparece en el término «resucitar». No es ya, el que ahora desarrolla Bosque Branco, un amor al Amor primaveral, renacido, sino a un Amor póstumo, resucitado, es decir, el que regresa al Amor después de padecer aflicción, ausencia o pérdida. Otro díptico da una pista del padecimiento: «La polvareda del exilio huele a pólvora. / Amor, estamos en un gran campamento de extranjeros.» El resucitar diario del Amor lo es desde un mundo injusto y desolado, aquel que reflejaban los títulos anteriores de la poeta, A casa de ler no oscuro (2016) o Xeque-Mate (2019). Esta es la primera dimensión temática de Bosque Branco: el regreso de la autora a los símbolos introvertidos, que surgen ahora impregnado con los símbolos exocéntricos: «En la puerta del desierto somos alumnos de la nieve».
Existen en el libro otras dimensiones que se entrecruzan y remiten también a tramas temáticas enraizadas a la obra de Maria Azenha: una religiosidad propia, con un Dios insolidario al que se le acusa («Vi a Dios decapitar los árboles del mundo») y al que se le pide clemencia («Oh, Dios, no nos apartes tanto»); un universo metapoético personal («Esta noche, abrazada a mi padre / No tengo miedo de escribir»); y una actitud lírica activa, donde se excluye lo contemplativo: «Entrelazo las manos y recuerdo tus brazos. / Mi corazón ya corre a buscarte».
El símbolo central a partir del cual se deriva la experiencia de los poemas es el «desierto», o «bosque blanco». Un desierto que a veces es de nieve, o se le llama Ángel. O propicia una carta de amor. En este «bosque» o «desierto» no concurre un único sentido, sino una encrucijada de significados. Cada vez que aparece enunciado o aludido, lo es con un sentido distinto. La diferencia entre los símbolos de la poesía tradicional y de la poesía moderna — también su legibilidad e interpretación — radica en este aspecto. El símbolo contemporáneo no admite una clave de lectura única, sino una gama de equívocos que lo amplían y difuminan.
El «desierto» es, en sentido lato, los extramuros de los amantes. A veces se concreta en su intemperie, en otras ocasiones adquiere otros matices. Como en el siguiente verso: «Quien en el desierto busca un refugio ve allí su túmulo». En el extremo de la intemperie del «bosque blanco» se encuentra el límite existencial. Su conciencia. Una suerte, también, de intemperie absoluta, ajena a la temporalidad («Nos quedamos solos y no envejecemos»). O, dicho de otra manera: en el amor del Amor («Y tú, Amor, tienes un solo [túmulo] para los dos»), a salvo del paso del tiempo, aunque se ciña alrededor el círculo de la sola blancura de la nieve: «Los amantes están solos».
El ensimismamiento amoroso (el amor al Amor), a diferencia del mito clásico, no es ciego. Vive en un mundo injusto y lo ve deteriorarse. Su lugar linda con la desolación y la ve acercarse. Su gesto se encamina hacia la soledad y la ve avanzar. Aun así, lo amoroso y lo ensimismado se sobreponen a la visión. La apuesta poética de Maria Azenha por el lenguaje amoroso —igual que en otra época fue la opción de los místicos— es por la de un idealismo asediado que aún resiste. Un lenguaje amoroso que al mismo tiempo se yergue crítico y visionario.
Visões na neve.
Interpretação de «Bosque branco» (2020), de Maria Azenha
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José Ángel Cilleruelo
Depois de alguns livros de carácter temático extrovertido, Maria Azenha regressa, com Bosque Branco (2020), aos poemas brevíssimos e ao simbolismo endocêntrico, isto é, em que os textos se ramificam a partir de um único símbolo troncal. Uma poética que já tinha inspirado alguns dos seus títulos essenciais, como A sombra da Romã (2011), livro com o qual este agora publicado estabelece certos paralelismos. Formais, como a extensão dos poemas, dois e três versos; mas sobretudo no que respeita ao conteúdo, como nos poemas de amor dirigidos, não a uma pessoa, mas ao próprio Amor: «É primavera, Amor. / O meu coração nasceu no teu, em flor». Tal como o primeiro livro, também Bosque Branco se compõe, em linhas gerais, de declaracões, promessas, carências, desejos, prendas, intimidades, temores, ausências e sonhos amorosos. E ainda de outro elemento, até então ausente, que desfigura o paralelismo.
Bosque Branco é um poema de amor ao Amor: «Uma criança inocente dorme em meu leito / Com o nome do meu Amado», lê-se nos dois primeiros versos, numa alusão clara ao mito clássico do Amor. Mas o terceiro verso acrescenta: «Vem a cada manhã ressuscitar-me».
Em primeiro lugar, como inovação formal, observam-se duas instâncias semânticas distintas, nos três versos do poema. Uma prévia, de declaração amorosa (os dois versos iniciais), outra de contraste (o terceiro verso). Este esquema repete-se nos poemas dípticos. Um verso de abertura afirma; outro, final, contrapõe, de modo que o resultado é a transformação do monólogo da amada num diálogo implícito.
Como se depois do afirmado, alguém (o Amado, a circunstância, o tempo, a própria Amada …) tivesse matizado o que fora dito, antes do contraste. Nesta sombra de diálogo, esboça-se um acontecer, um conflito mínimo, ou talvez apenas a sua resolução. Um enredo implícito. Apenas em dois versos: declaração de amor e contraponto.
No poema de abertura acima citado, o contraste, ou o acontecer, aparece no termo “ressuscitar”. Já não se trata de um amor ao Amor primaveril, renascido, mas a um Amor póstumo, ressuscitado, que regressa ao Amor depois de padecer aflição, ausência ou perda.
Outro díptico dá-nos uma pista sobre sofrimento: «A poeira do exílio tem cheiro a pólvora. / Amor, estamos num grande campo de estrangeiros.» O ressuscitar diário do Amor ocorre num mundo injusto e desolado, já reflectido nos livros anteriores da poeta. “A casa de ler no escuro” (2016) ou “Xeque-Mate” (2019). Esta é a primeira dimensão temática de “Bosque Branco”: o regresso da autora aos símbolos introvertidos, que surgem agora impregnados de símbolos exocêntricos: “À porta do deserto somos alunos da neve”.
Existem no livro outras dimensões que se entrecruzam e remetem para tramas temáticas enraizadas na obra de Maria Azenha: uma religiosidade própria, com um Deus insolidário que é acusado («Vi Deus decapitar as árvores do mundo») e a quem se pede clemência («Ó Deus, não nos apartes demais!»); um universo metapoético pessoal («Esta noite, abraçada a meu pai / Não tenho medo de escrever»); e uma atitude lírica activa, de que se exclui o contemplativo: «Entrelacei as mãos e lembrei-me dos teus braços. / O meu coração foi a correr procurar-te».
O símbolo central de onde deriva a experiência dos poemas é o «deserto», o «bosque branco». Um deserto que às vezes é de neve, ou a que se chama Anjo. Ou propicia uma carta de amor. Neste “bosque” ou “deserto” não ocorre um sentido único, mas uma encruzilhada deles. Cada vez que é referido ou aludido, é com um significado distinto. A diferença entre os símbolos da poesia tradicional e os da poesia moderna — e também a sua legibilidade e interpretação — radica neste aspecto. O símbolo contemporâneo não admite una chave de leitura única, mas sim una gama de equívocos que o ampliam e obscurecem.
O “deserto”, em sentido lato, é o extramuros dos amantes. Pode concretizar-se a partir da sua própria intempérie, ou assumir outros matizes. Como no seguinte verso: “Quem no deserto procura uma refúgio, vê ali o seu túmulo”. No extremo da intempérie do “bosque branco”, encontra-se o limite existencial. A consciência dele. Uma espécie, também, de intempérie absoluta, alheia à temporalidade (“Ficámos sós e não envelhecemos”). Ou, dito de outra forma: no amor do Amor (“E tu, Amor, tens um [túmulo] só para nós dois.”), a salvo da passagem do tempo, embora em redor se aperte o círculo da brancura única da neve: “Os amantes estão sozinhos.”
O ensimesmamento amoroso (o amor ao Amor), ao contrário do mito clássico, não é cego. Vive num mundo injusto e vê-o a deteriorar-se. O seu lugar faz fronteira com a desolação e esta vai-se aproximando. O seu gesto encaminha-se para a solidão e vê-a avançar. Ainda assim, o amoroso e o ensimesmado sobrepõem-se à visão. A aposta poética de Maria Azenha pela linguagem amorosa – tal como noutra época fizeram os místicos – é a de um idealismo sitiado que ainda resiste. Uma linguagem amorosa que se ergue, ao mesmo tempo crítica e visionária
Mudado para português por — Maria Soledade Santos 🇵🇹 Poeta, tradutora e professora.
Nasceu em 1957, no Sabugal. Publicou “Quatro Poetas da Net” (Edições Sete Sílabas, 2002) e “Sob os teus pés a terra” (Artefacto vertente editorial da Cossoul, 2011); participou em “Divina Música”, Antologia de Poesia sobre Música, Viseu, 2010.
Mantém os blogues de poesia e tradução: Metade do Mundo e Mudanças & Cia
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